Destejiendo realidades

Diana González
5 min readNov 3, 2020

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Las desconexiones, los malos y medios entendidos suscitados en estos tiempos de concurrencias cibernéticas, se han generado a través de la lengua o lenguas que compartimos con los otros. El filósofo Ludwig Wittgenstein expone en múltiples de sus textos que venimos de universos contextuales diversos, los cuales “nacen, se envejecen o se olvidan.” Las palabras que enunciamos en la cotidianidad, en la mayoría de las ocasiones, se encuentran en una lengua compartida con quien nos escucha, sin embargo, los abismos entre nuestros mundos nos posicionan constantemente en desencuentro con quienes nos rodean.

¿Cuántas veces nos hemos encontrado en el espacio virtual y, por más que el intento resulta arduo, las palabras siempre nos faltan para lograr comprender la otredad y hacer que nos comprenda? Alejandra Pizarnik, en uno de sus grandiosos versos, escribe que: “Cada palabra dice lo que dice, y además otra cosa”. Los significados como olas gigantescas en el mar de nuestra mente, en la constante posesión y desposesión de las letras, incluso antes de que salga el sol, o de que nuestro gallo digital suene para despertarnos del sueño atropellado por las rutinas agobiantes del vernos sin sentirnos en esta inmensa lejanía digital. Acumuladores de palabras, nos llamaría yo. Pocas veces nos detenemos a reflexionar si la palabra, que hoy con tanta calma se menciona en nuestro espacio, será ruidosa o dolorosa para los demás en su respectivo “aquí nos tocó vivir.” Nuestros cuerpos, después de este encierro, no existirán de la misma manera, ni latirán al mismo ritmo.

Al regresar a las calles, nuestras vidas cambiarán. El uso de cubrebocas, la sana distancia, las manos llenas de gel antibacterial y la vida con olor a cloro no serán las únicas nuevas medidas que se adoptarán. Se rompieron todos nuestros esquemas en los andares cotidianos y se llenaron de nuevos términos, y de otros cuantos viejos que tendremos que resignificar. De repente y sin avisar, las redes sociales se convirtieron, hoy más que nunca, en ese espacio en donde nuestras opiniones atraviesan las fronteras y taladran cual sea nuestro dispositivo electrónico seleccionado para romper con nuestra tranquilidad diariamente.

El Internet ha sacado nuestros peores demonios, los ha escondido detrás de una pantalla y en muchos casos ha remarcado nuestras diferencias y nuestras inequidades. Porque las injusticias nunca estuvieron de cuarentena y nuestras palabras retumbaron las pantallas, unas para llenarnos de apoyo y otras cuantas más para insistir que hay cosas que en nuestro México no suceden, que son producto de la exageración de muchas personas, porque en esta sociedad, al no encontrarte en un cuerpo y posición que es igual a lo establecido tienes una o varias fallas. Y eso se hace visible en las palabras con las que estamos tan acostumbrados a nombrar a esas “fallas” porque, al parecer, lo que nos define ante los ojos ajenos es el cómo se ve la piel que habitamos, nuestra posición en la cadena económica y nuestro género, por mencionar unos cuantos aspectos que nos caracterizan.

Estas últimas semanas los medios de comunicación, especialmente en sus versiones digitales, han creado una gran ola de indignación social debido a los asesinatos de George Floyd, en Estados Unidos, y de Giovanni López, en Jalisco, ambos a manos de cuerpos policíacos. Noticias que despertaron en muchos de nosotros una profunda reflexión acerca de cómo es que contribuimos a perpetuar acciones racistas y clasistas en las calles de nuestros respectivos lugares de origen y residencia a causa de la normalización de muchos comportamientos y frases. Pienso en todo el daño que nos hemos hecho los unos a los otros en esta ausencia corpórea, a través de los posts que con tanta ligereza hacemos ir y venir en los caudales de las redes sociales.

No pretendo apropiarme de una lucha que no me corresponde, más bien, reflexiono sobre este tema desde la responsabilidad que poseo ante el peso de mis palabras en las vidas y contextos de las personas que me rodean. Porque qué sencillo se nos ha hecho avanzar y hacer juicios sobre los cuerpos de otras personas y seguir sin detenernos. Cuántas veces nos hemos posicionado en superioridad respecto a otro individuo por poseer más objetos, por contar con servicios (que se supone tendrían que ser para todos sin importar nuestra condición social), por tener acceso a ciertas oportunidades de desarrollo e incluso por tener un color de piel más alejado de aquel que estamos mirando.

Ninguna lengua del mundo y ninguna de sus palabras contienen en sí mismas una carga negativa, somos nosotros los responsables de la construcción de sus significados y son nuestros usos los que les dan un valor específico. Pensemos en las palabras naco, indio y prieto. Hasta se nos olvida que no sólo las hemos escuchado, sino que las hemos repetido para referirnos a alguien que suponemos inferior a nosotros. Adjetivos y/o sustantivos que tanto hemos empleado para dañarnos y ofendernos mutuamente, y lo cierto es que nos han puesto muy lejos de los demás. Si bien, como hablantes de una lengua nos encontramos distantes de saber de pe a pa cuáles son las estrictas reglas gramaticales que esta sigue, eso no nos exime de hacernos críticos y responsables de lo que con ellas le decimos al mundo.

Por último, me gustaría invitarles a reflexionar sobre lo que Yásnaya Aguilar, lingüista y activista indígena, escribe en uno de sus ensayos: “Lo lingüístico es profundamente personal y como ya lo dijeron las mujeres del Women’s Liberation Movement de los años sesenta: lo personal es político… los comportamientos cotidianos, personales no escapan a la configuración de las relaciones de poder. En ese sentido, hablar una lengua es político”. Vivimos la lengua, narramos en ella al pie de la letra cada una de nuestras experiencias, sentires y profundos pesares. En lo personal, en ella me escribo y me pronuncio vulnerable en la inconformidad, en la injusticia, al tiempo en que también me proclamo firme e incendiaria ante todo lo que me duele y le duele a otros. El clasismo y el racismo no son ajenos a nuestra realidad como nación y ya es hora de que comencemos a empatizar con las diarias luchas de los otros y tomemos acciones, desde cada una de nuestras posiciones, para ser grandes aliados en cada una de nuestras batallas como sociedad. La cercana nueva realidad resultará un reto enorme para cada uno de nosotros, no sólo por la vida con cubrebocas y llena de medidas de limpieza extrema que tendremos que mantener, también porque al estar en casa al pendiente de todo lo que ocurría afuera de ella, se despertaron múltiples inconformidades respecto a nuestra vida como colectivo. El estar en casa no nos privó de expresar nuestra rabia, ahora, en nuestro regreso a las calles, quedará en nosotros no dejarla únicamente en estos posts y pensamientos de molestia y darle vida en nuestras diversas cotidianidades.

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Diana González

Con el corazón revuelto. Escribo cartas y nunca obtengo ninguna respuesta. Lengüera.